La muerte de Enkidu

Enkidu, a quien yo tanto amaba,
que había afrontado conmigo todas las fatigas,
se había ido al destino de la humanidad.
Día y noche he llorado por él.
No lo abandonaba a la tumba.
Me decía: "mi amigo va a levantarse a mis gritos".
Y esto durante siete días y siete noches,
hasta que el gusano le cayó sobre el rostro.
Desde que se ha ido, ya no encuentro vida;
he vagado como el cazador en medio de la estepa.
¡Oh, tabernera, ahora que veo tu rostro,
pueda yo no ver la muerte a la que temo!"

Dijo la tabernera a Gilgamesh:
"¡Oh Gilgamesh, hacia dónde corres!
La vida que buscas no la encontrarás.
Cuando los dioses crearon a la humanidad,
a la humanidad le aisgnaron la muerte,
y retuvieron la vida entre sus manos.
En cuanto a ti, Gilgamesh, llénate la panza;
¡día y noche, baila y diviértete!
Ponte vestidos limpios,
lávate la cabeza y báñate en el agua;
mima al pequeño que te toma la mano;
que tu esposa halle placer sobre tu seno.
Tal es la suerte de la humanidad..."



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